Icono de Cristo Salvador del Sinaí
El Pantocrátor del Sinaí, 84,5 X 44,3 cm., encáustica sobre tabla;
Monasterio de Sta. Catalina de Sinaí (Egipto); entre 532 y 692.
El Todopoderoso
El icono presenta a Jesucristo, el Salvador, el Todopoderoso, o Pantocrátor, desde el punto Omega, a la consumación de los tiempos, victorioso sobre la muerte, en la Celeste Jerusalén, a la que ha entrado para siempre, y con rasgos apocalípticos.
Es el busto de un hombre joven, dispuesto frontalmente, solemne y a la vez natural, sin hieratismo; adquiere carácter monumental, en una identidad trascendente, más allá del aspecto humano. Los brazos se acercan al cuerpo, definiendo un ámbito santo exclusivo, y es su mirada la que lo proyecta hacia el exterior; adelanta algo el hombro a la derecha, como moviéndose. El cuello es poderoso: de Su garganta surge Su palabra y, desde allí, alienta Su Espíritu sobre la Iglesia (Jn. 20,22). Los ojos son de mirada transparente y afectuosa, (Mc. 10, 21); se anima el arco de Su ceja derecha, la mirada de ese ojo y misma parte de la boca, casi como si se moviera en la tabla. No se presenta en carne mortal sino con el cuerpo espiritual, imagen sacra y no profana; restituye en Él la imagen primera de Dios en el Hombre, desfigurada por el pecado original, ofreciendo una Teofanía: Él es el icono del Padre, el Cristo o Ungido, el que lo hace presente (He. 1,3). La luz viene de afuera, desde arriba a la izquierda, dando en la cabeza y el cuello.
Bendice con la derecha, en un gesto característico, uniendo pulgar y anular y separando índice y corazón: es la actitud del orador en la Antigüedad, en el uso de la Palabra, no pudiendo entonces ser interrumpido: Él la proclama (Jn. 1,14). La posición de los dedos también pudiera expresar Sus dos naturalezas y la Trinidad.
Lleva un libro muy destacado en la izquierda, preciosamente decorado con una cruz y piedras, apoyándolo sobre el pecho; es el tabernáculo de Su Palabra; y también lo tiene cuando toma la figura de Cordero Apocalíptico (Ap. 5,1-7).
Viste una túnica encarnada, decorada con una faja dorada y encima un manto del mismo color, muy apreciado: es lo que llevaban los reyes, y que vistió en Su pasión (Mt. 27,28), y también en el Apocalipsis (19,13); aún, expresa la Encarnación, y Su sangre derramada. La cinta dorada en la túnica es signo de Su autoridad (la llevaban los que la tenían); también la porta como Pantocrátor en el Apocalipsis (1,13); el oro es la luz, que Él envía desde Su corazón, bajo la franja, y llega también el resplandor de la victoria pascual, irradiando desde el halo, en la cabeza.
Al fondo, distante, queda la Celeste Jerusalén, bajo un cielo azul, con estrellas a ambos lados; ahí también está puesto el nombre, en griego: Jesús, el Cristo, que está por encima de cualquier otro (Ef. 2,9), permite conocerlo, y dirigirse a Él de forma personal (Ex. 33,19).
El conjunto es armonioso, contrastando la vertical estable de la cabeza con la horizontal de las manos, definiendo su ámbito propio y destacando el libro. También, hay otra contraposición entre las líneas definidas del halo y el libro, y las formas fluidas de los paños y el cuerpo.
El iconógrafo pinta al Pantocrátor como haría con el Emperador, en una afirmación teocrática, con autoridad (Mt. 7,29, 28,18; Mc. 1,22; etc.), queriendo dar un mismo aspecto al poder del mundo y al de la Iglesia, de la que el Pantocrátor es la cabeza; en efecto, las monedas, a partir del 692, en Bizancio, llevaban el Pantocrátor en el anverso y el Emperador en el reverso, con aspecto semejante.
Esta iconografía del Todopoderoso, victorioso sobre la muerte, en la consumación de los tiempos, y expresando con simplicidad que Él es la Palabra de Dios revelada, se difundirá ampliamente en los ámbitos bizantino y románico.