Las Mirróforas
Las Mujeres en el Sepulcro (Las Mirróforas), tempera sobre madera , 103 X 78 cms, Nóvgorod, siglo XVI, Galería Tretiakov, Moscú.
¿Por qué buscáis entre los muertos a aquel que vive?
La imagen toma lugares de los evangelios para integrar, tejido en un solo conjunto, los variados aspectos del misterio de la tumba vacía, preparando el encuentro con el Resucitado.
Hay un sarcófago, de volumen contundente, negro de dentro, donde hay paños abandonados (Aplanada la sábana de amortajar y atado el pañuelo que le habían puesto en la cabeza, Jn. 20,6-7) y vacío (No está aquí, ha resucitado, Mt 28,6. Mirad el lugar donde lo habían puesto, Mc. 16,6). Dos ángeles vestidos de blanco [estaban] sentados uno en el cabezal y el otro en los pies, en el lugar donde había sido puesto el cuerpo de Jesús (Jn 20, 11), sobre la piedra que cerraba la puerta del sepulcro, que se ve detrás, realmente muy grande (Lc 16,4) (Un ángel del Señor bajó del cielo, hizo rodar la piedra y se sentó: Resplandecía como un rayo y su vestido era blanco como la nieve, Mt 28,2-3); todo se llena de luz; ambos señalan la tumba vacía y dicen: ¿Por qué buscáis entre los muertos a quien vive? (Lc 24,5); el de la derecha, lugar de dignidad, lleva un bastón muy fino y largo, el otro un rollo blanco en la mano. Los ángeles interpretan el sepulcro vacío, una realidad de este mundo, explicando la resurrección, ciertamente fuera del tiempo y del espacio, habiendo tomado Jesús una entidad diferente de la nuestra.
En primer plano, caídos y desquiciados, quedan los soldados que vigilaban (Los guardas tuvieron un gran sobresalto y quedaron como muertos, Mt 28,4), al contrario de Jesús que vive; están en el punto más bajo de la imagen, expresando su inferioridad; sus miembros resultan tan inútiles como las sábanas del sepulcro, ahora abandonadas; cerca de ellos hay trozos de piedra quebrada que la violencia de un terremoto ha lanzado hasta allí desde la tumba (De repente se sintió un gran terremoto, Mt 28,2, como en el momento de la muerte de Jesús, 27,51); así se manifiesta que la acción del Señor hace tambalear los cimientos de nuestro mundo.
Al otro lado están las mujeres con la jarra del perfume (de donde les viene el nombre de portadoras de mirra, en griego mirróforas: compraron especies aromáticas, para ir a ungir el cuerpo de Jesús, Mc 16,1). Son la contrapartida de los soldados. Ellas están sobrecogidas (como los pastores del Nacimiento, Lc 2,9) pero con gran alegría (Mt 28,8); querían hacer como la mujer que había ungido en vida el cuerpo del Señor, preparándolo para su entierro (Mc 14,8); ellas, que iban a ungir un cadáver, se encuentran con la tumba vacía y la Resurrección.
Al fondo está la ciudad de Jerusalén (donde llegaron los guardas y comunicaron a los sumos sacerdotes todo lo sucedido, Mt 28,11); es una fortaleza de ventanas negras, vacía de luz, como el interior del sarcófago. El cielo está dorado, porque ha salido el Sol, es la mañana (Mc 16,2) del domingo, el Día del Señor, y el Mundo se ha llenado de una gran luz.
El icono contrasta elementos verticales (ángeles y mujeres y Jerusalén), con las diagonales del sarcófago y las rocas del sepulcro; el contenedor del cuerpo está en el lugar más importante: destaca la evidencia de la muerte (con sus aristas cortantes, muy duras, y su negrura) y también el vacío: el cuerpo no está y los paños de amortajar son inútiles; fue muy diferente cuando Lázaro resucitó (saliendo con la mortaja y la cara atada con un pañuelo, Jn 11:44), porque él volvería a morir.
La escena tiene su paralelo al Nacimiento: allí había una cueva en lugar de tumba, el comedero donde se encuentra el sarcófago, Su Madre tomaba el papel de las mujeres y las bestias el de los guardas, y así se presenta en diferentes iconos. Aquí tenemos la antítesis, la culminación de la Encarnación, con el inicio del tiempo nuevo y definitivo.