La Incredulidad de Santo Tomás, Mosaico, San Apolinar el Nuevo, Ravena
La Incredulidad de Santo Tomás
Mosaico, San Apolinar el Nuevo, Ravena, 556.
Tener fe
Cuando vino Jesús, Tomás el Gemelo, uno de los doce, no estaba allí con los demás. Ellos le dijeron: "Hemos visto al Señor". Él les contestó: ”Si no le veo en las manos la marca de los clavos, si no le meto el dedo en la herida de los clavos, y la mano dentro del lado, no me lo creeré”. Ocho días más tarde los discípulos estaban en casa otra vez y Tomás también estaba allí. Estando cerradas las puertas, Jesús entró, se puso en medio y les dijo: "Paz a vosotros". Luego dijo a Tomás: “Lleva el dedo aquí y mírame las manos; lleva la mano y pónmela dentro del lado. No seas tan incrédulo. Sé creyente”. Tomás le respondió: "Señor mío y Dios mío". Jesús le dice: “¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que creerán sin haber visto” (Jn 20,24-29).
La imagen muestra a Jesús presentando su lado abierto, en medio de los doce, en el corazón de la Iglesia, después de entrar a pesar de estar cerradas las puertas, al fondo. Los apóstoles de pie, presididos por Pedro con el pelo blanco a nuestra izquierda, levantan las manos hacia él y lo miran, venerándolo. A la derecha, Tomás se inclina, y le adora; tiene las manos cubiertas por su manto, como unos ojos vendados: no ha tocado al Señor porque ha creído.
Las figuras son planas, las cabezas de los doce, descontando a Judas, están a la misma altura, el interior de la casa se sugiere muy simplemente con las puertas cerradas; el carácter de la presentación es litúrgico. La realidad de este mundo es sólo un recurso para presentar el misterio y no merece atención por sí misma. El fondo dorado manifiesta el carácter trascendental de la historia, y el suelo es verde (el color de la vegetación) para significar que los doce están en este mundo. Los apóstoles son la Iglesia, con Jesús, su cabeza, muy destacado, mayor que los demás, con ropa de colores vivos bien contrastados y franjas doradas, propias de un rey; el aura con la cruz, símbolo de su Pasión, le da mucha importancia; la Iglesia queda separada del Mundo (puertas cerradas).
Dentro de la verticalidad general de la imagen contrastan las figuras del Señor y Tomás. Cristo presenta la evidencia de su muerte, con el lado abierto, que indica el nacimiento de la Iglesia, del agua y la sangre, es el nuevo Adán. Están en un lugar cerrado y Cristo, todo abierto, está en el corazón de la acción, expresando su donación; su brazo levantado es el izquierdo (que no es lo habitual) porque así quienes miramos lo vemos a nuestra derecha, el lado preferido; el movimiento de la otra mano y la disposición de su manto forman una suave diagonal que contrasta con la estructura vertical general y atrae nuestra atención. Tomás no tiene la actitud común de los doce: su encogimiento se contrapone a la verticalidad expansiva del Señor; él manifiesta con reverencia que ya cree en la Resurrección.
Esta historia de Tomás es una de las diferentes formas que los Evangelios tienen de presentar el Misterio de la Resurrección: Cristo ha muerto y salido de nuestros tiempos y espacio, de nuestro Mundo, aunque vive, presente en la Eucaristía y las Escrituras (para los discípulos de Emaús), activo en quienes lo buscan y quieren (discípulos), y en la Iglesia. Su cuerpo, con las marcas de su muerte, que atraviesa los muros (Estando cerradas las puertas, Jesús entró), es diferente del nuestro, porque vive en una realidad que, aún estando con nosotros, no es de este mundo.
La lección muestra la dificultad de aceptar a Jesús como Dios primero encarnado, como proclama el inicio del evangelio: La Palabra es Dios se ha hecho hombre y ha convivido con nosotros; y ahora ha resucitado; al fin Tomás cree y adora a Cristo: Señor mío y Dios mío. Resuenan aquí las palabras de Isabel a María: ¡Feliz tú que has creído!