Virgen con el Niño (Theotocós), de Taüll
Virgen María con el Niño, madera tallada policromada, aproximadamente 60 cms. de altura, proviene de Taüll (Alta Ribagorça), siglo XII, Museu Marés (n. catálogo 660), Barcelona.
La Madre de Dios con el Niño
Madre y Niño están sentados, ella lleva el Niño sobre su rodilla izquierda, a nuestra derecha. Los dos tienen rasgos comunes, por su aspecto, actitud y vestidos: túnica larga hasta los pies calzados, otra pieza encima hasta más arriba de los tobillos, con ceñidor, y capa sujeta al pecho. Las túnicas son ligeras, y hacen pliegues, acabada con una orla la de la Virgen; en cambio, las capas son de un material más grueso, de caída rígida, con anchos bordes decorados, y con estrellas la de la Madre; ciñen coronas adornadas en la parte alta. La Madre se recoge el cabello dentro de una bolsa que llega a las espaldas, modestamente. Los colores han perdido intensidad, y son apagados. Madre y Niño tienen la misma expresión, de ojos muy abiertos, serenamente, solemnemente atentos; los sentimientos no se expresan y no hay el calor o la ternura de imágenes de otros tiempos.
Su aspecto no es realista, y se ha simplificado los rasgos, sin tener presente las proporciones del cuerpo, de cabezas y ojos grandes, ni las condiciones personales, porque el Niño parece un adulto diminuto; son opciones compositivas, y no deficiencias técnicas porque los detalles son de calidad: a partir de la figura humana, se nos presentan unos seres que, a pesar de tener nuestra identidad, son diferentes, expresando así su trascendencia: por una gracia inexplicable, vemos lo nunca visto, la Divinidad.
Las manos son de factura cuidada y llenas de expresividad, con dedos largos estilizados, de gestualidad hierática y litúrgica. La derecha es la más importante, y es la que levanta el Niño para bendecir, mostrando benevolencia; la Madre la tiene abierta, con la palma hacia arriba, sujetando con dos dedos una bolita, el orbe que denota el poder del Niño sobre el Mundo, y que ella le lleva porque está a su servicio. Por otro lado él posa la izquierda encima del Evangelio, sobre la rodilla. Además, la Madre tiene su izquierda cerca del Niño, acercándose a él y, a la vez presentándolo a nuestra veneración.
El Niño es pequeño, para expresar la limitación de la Encarnación, pero actúa como si fuera mayor: los niños pequeños no hablan pero él lo hace, por eso destaca con una mano el libro con su Palabra. Cada detalle tiene sentido, como los gestos litúrgicos.
Así, Madre y Niño manifiestan señorío: sentados, coronados, solemnemente vestidos, con los emblemas del poder real (el trono, el orbe, la corona y el manto) propios de la sociedad feudal en la que se hizo la imagen, aquí para expresar la condición divina.
La Madre es la sede de la Sabiduría, por ella el Niño ha llegado hasta nosotros, y los lados de la silla destacan el lugar de los órganos maternales; a la vez, hace figura de la Iglesia, que contiene a Cristo y en su nombre ejerce su poder, expresado en el orbe; también es reina del cielo, como se ve por su manto cubierto de estrellas. Esta iconografía de la Madre como trono de su Hijo (Teotocós) no es original y se usaba en el Arte Bizantino (ss. IV-XV), especialmente en iconos de mosaico y pintura, siempre con los mismos rasgos, probablemente desde antes del siglo VI; se extendió por toda Europa, llegando hasta nuestro Pirineo, entonces uno de los últimos rincones del mundo. Aquí, el volumen de la escultura, con su materialidad palpable, sirve para hacer presentes en nuestra Historia unos seres trascendentes, alejados de nuestros tiempo y espacio.
Esta interpretación de la Natividad expresa la esencia de la Majestad de Dios encarnado, conservando, en la pequeñez humana, la plenitud de su condición divina mientras estuvo en el Mundo; a la vez, la Madre, una mujer de nuestro linaje humano, por su fidelidad, ha sido llevada al cielo, es santa y figura de la Sabiduría y de la Iglesia, que lleva a Dios en este Mundo.