Natividad, Iglesia de Martorana
El Nacimiento del Señor, mosaico, después de 1143, Iglesia de Martorana, en Palermo (Italia), la imagen se extiende sobre una bóveda de la nave del templo.
El Nacimiento del Señor
La imagen presenta el nacimiento del Señor a partir de una síntesis de los evangelios de la infancia (Mt. y Lc).
María está poniendo al niño en el pesebre (Lc 2:7), símbolo del alimento que Él nos dará de Su Cuerpo), fajado con los pañales; el asno y el buey le miran atentos (referencia a Is 1:3). La Virgen está en el punto central de la composición y de la meditación de quienes la miramos: es mayor que los demás personajes; reposa, después de dar a luz, echada sobre una sábana blanca, que tiene tres franjas bordadas en los extremos, destacando cabeza y pies; se incorpora, acercándose a su Hijo, acogiéndole con sus manos; están en la cueva de Belén (Mt. 2:5).
San José, abajo a la izquierda, queda marginado, de espaldas, porque su papel en esta historia es menor: él sólo da el nombre y el linaje humano de David (Mt.1:20) al Niño. También abajo, a la derecha, están las comadronas que bañan al Niño, cumpliendo lo que se hace con los recién nacidos, para mostrar que es muy humano.
En la montaña, están los pastores con sus rebaños, representados por algunos animales; han llegado los ángeles, saludando la cometa con el gesto de sus manos, y anunciado el Nacimiento de Cristo (Lc 2:8-14) a dos pastores, a la izquierda: uno, que es viejo, va abrigado con una pelliza.
La estrella de David luce por la noche (Mt 2:1); tiene siete elementos, número de la plenitud: seis puntas y un centro. Del astro sale un rayo que va directamente al Niño, estableciendo la relación entre el Cielo y Él, en quien el Padre se complace (Mt 3:16); es como una especie de cordón umbilical que le mantiene unido al Padre, ahora que ha salido del vientre de la madre; este elemento parece hacer ver que Dios es, a la vez, Padre y Madre (por el cordón que une al Niño con su Madre). A la altura de la estrella, unas letras griegas leen El Nacimiento de Cristo. Todos los personajes están en acción, cumpliendo cada uno su parte en el Misterio de Navidad.
Los colores son expresivos: el fondo dorado nos dice que ésta es una historia sagrada, impulsada desde el Cielo, simbolizado no sólo por el oro sino también por su disposición en la curvatura de la bóveda del templo, parte del edificio que manifiesta las Alturas; la Virgen destaca mucho con su manto azul sobre la sábana blanca, el negro de la cueva y la forma de la montaña, elementos que la enmarcan; la sábana blanca puede hacer referencia a la concepción virginal del Niño (Mt. 1:23); ella es muy importante en esa historia; por otro lado, el azul oscuro de la noche rodea a San José, las comadronas y también hace destacar, con un contraste, idéntico al de la Virgen, la luz de la estrella.
Así luz y oscura estructuran las dos partes más importantes de la imagen, haciendo un efecto parecido: la Virgen y la Estrella están en sintonía; de una parte está la actitud de Dios Padre que envía su luz, la Estrella, y la presencia de Cristo, Luz del Mundo (Jn 8:12); por otra parte está la aceptación de la voluntad de Dios que hace la Madre (Lc 1:38, soy la esclava del Señor), colaboradora fiel de la Encarnación; ella viste el manto azul que la caracteriza y que es el color del cielo, donde luce la cometa. El vacío que la cueva hace en la montaña, donde ella se encuentra, explica, con un elemento de la naturaleza, el otro vacío que ella ha hecho dentro de su persona, primero para acoger fecundamente la Palabra de Dios, y dónde crecerá, después ya en su útero, el Niño.
Esta imagen se completa, en la bóveda, con otra de la muerte de la Virgen; se encuentra tendida sobre la misma sábana, y rodeada de los Apóstoles, formando la Iglesia, que se inició con ella por la Encarnación; ahora Su Hijo, adulto, acoge su alma, presentada como un niño, para llevarla al Cielo, de una forma parecida a cómo ella había acogido al Niño: se acaba así el ciclo de la Encarnación, iniciado en Belén.