Natividad, Galería Tretiakov, Moscú
Todas las criaturas te glorifican, temple sobre madera, 154 X 120 cm, segunda mitad del s. XVI, Galería Tretiakov, Moscú, procedente de la Iglesia de la Trinidad del Pino, Rostov Veliki (Rusia).
Alégrate, sagrada ciudad de tu Creador
La imagen es un círculo que se abre, ensanchándose en la parte baja, en una base ancha, sobre fondo rectangular. Hay una marcada simetría vertical y contraste jerárquico entre la parte central, superior, y la inferior, con los santos. Las actitudes, contenidas y muy ritualizadas, manifiestan una actitud litúrgica. En el centro, muy destacada, está la Madre de Dios, con el Emmanuel sentado en la falda, vestido de blanco, que abre los brazos hacia nosotros, bendiciendo; Ella está en un trono que define las líneas fundamentales de toda la imagen, con una estructura concéntrica: circular en el respaldo (como es circular el ámbito de la Virgen y Su Hijo, y el de la ciudad que los rodea), abriéndose en la parte frontal, con los brazos de la silla indicando líneas de avance, hacia el lugar de quien mira; el asiento propiamente indica un movimiento de adentro hacia fuera y, con su base, hacia abajo, donde está la procesión de Santos y Santas.
El icono está lleno de inscripciones que identifican lo presentando, ilustrando textos sagrados. Es la Theotocos, la Madre de Dios como Trono de Su hijo, desde su ámbito circular, acercándose a nosotros, sobresaliendo su aura y las patas del trono, y dirigiéndose a Ella dos santos, Juan Bautista a la izquierda, vestido con pelo de camello (Mc. 1,6), y Juan de Damasco, a la derecha: cantan el himno escrito en los documentos que sujetan. Está sobre una montaña, muy pendiente, con diferentes escalones (Montesión).
Detrás de la Virgen está el coro de los arcángeles, con cintas en las cabelleras y bastones de autoridad. En el fondo, dentro de un círculo grande, está la Jerusalén Celestial, como un templo de cinco cúpulas (manifestando el cinco, uno más que cuatro –número del mundo- el estado perfecto y definitivo); tiene la puerta a la izquierda y el ábside curvado a la derecha con su cúpula, expresando la orientación Oeste-Este (que es la canónica en los templos). El Niño, con el gesto de Sus brazos, define el eje de la edificación, Así, la Madre de Dios y el Emmanuel (Ap 21,3, Mt 1,23, Is 7,14) miran hacia el Sur, el lado del Sol y del Mediodía, momento de la Encarnación, que el Ángelus recuerda, porque el Emmanuel es la Luz del Mundo (Jn 8,12) y Su Madre es la mujer que tiene el Sol por vestido (Ap 12,1) y está a punto de dar a luz. Este templo es blanco, como su entorno (color, Ap 7,9, de los vencedores del Apocalipsis, y también de la luz) y sus bóvedas son azules y estrelladas, manifestando el cielo, y uniendo así el cielo y la tierra. Alrededor del templo crecen plantas, porque en la Jerusalén Celestial crece el Árbol de la Vida (Ap 22,2), indicando que es un jardín o huerto, un lugar ameno, como lo fue el paraíso (Gn 2,8; Jn 19,41; Jn 20,15), y también lo es la Virgen, un lugar armonioso, uniéndose la naturaleza (indicada por las plantas) con la humanidad, representada por los Santos y Santas, y Dios (por la presencia del templo, Cuerpo Místico, Jn 2.21, y del Emmanuel, el Dios-con-nosotros del Apocalipsis, Ap. 21,10).
Esta estructura, que incluye la Ciudad de Dios con la Theotocos y el Emmanuel, está pintada mostrando el volumen, sobresaliendo por arriba y por el grosor evidente en las bandas de abajo del círculo, para manifestar la evidencia del Misterio representado.
Se unen en el icono dos estructuras, la cuadrangular, que queda abajo, donde están los Santos y Santas, expresando el mundo presente, y la circular, dispuesta encima, sobresaliendo, empujando, manifestando el dinamismo del nacimiento, que es la irrupción del eskhaton, el Mundo Nuevo.,
El ámbito que rodea la representación es dorado para expresar así una realidad trascendente, que queda más allá de la nuestra, incluyendo todos los tiempos, el nuestro y el de los diferentes momentos de la Historia de la Salvación, desde la Encarnación hasta la Segunda Venida de Cristo.
En la parte de los Santos están, muy cerca de la Virgen, a más de los dos Juanes, las mujeres bienaventuradas (la desnuda de la izquierda podría ser nuestra madre Eva, ahora rescatada), haciendo gestos de aclamación, participando de este misterio de la Natividad. Más abajo está la procesión de muchos Santos que desde los confines opuestos del mundo han peregrinado hasta el centro, donde está la Jerusalén Celestial (Ap 7,9), habiendo llegado sus pies a hasta tus umbrales, Jerusalén (Sl 122,2): son de diversas condiciones (laicos, clérigos, gobernantes…), manifiestan el movimiento de su marcha en el vuelo de algunos vestidos, van descalzos en señal de respeto (como Moisés en la zarza, Ex 3,5) y aclaman (Sl 138,1), con la derecha levantada, al Emmanuel y la Theotocós; también aquí, a la izquierda, puede estar Adán, desnudo (Gn 3,1-7 y 10), el primer hombre y pecador, ahora renovado.
Formalmente, hay un paralelismo entre el concilio de los arcángeles, arriba, y el séquito de abajo: todo el Universo, habitantes de cielo y tierra, alaban a la Madre de Dios y al Emmanuel.
La Celeste Jerusalén se abre en la parte de abajo para recibir al pueblo de los Santos, indicando, desde el centro, los brazos del trono de la Theotocos esta abertura, aproximación y abrazo hacia nosotros. Este rasgo hace una forma abierta del círculo cerrado de la ciudad, y nos acerca al Emmanuel, simbolizando aquel Vaso de lo Incontenible, la Cámara Virginal en la que se verifica la Encarnación, y cambiando, dinámicamente, su forma que así, al abrirse por abajo, toma la forma de un útero. A la Encarnación, con el nacimiento del Emmanuel, ha de seguirle la conversión, el nuevo nacimiento que viene de arriba (Jn 3,3-7), de los fieles, para tener nueva vida.
La Encarnación es el inicio de la plenitud de los tiempos (Lc 2,30-32), por la llegada del Emmanuel en la Natividad; anuncia ya el eskhaton, el tiempo de la Segunda Venida de Cristo, para vivir con Sus Santos, en la Ciudad Santa, la Nueva Jerusalén (Ap 21,9), la Iglesia del Mundo Nuevo.
La imagen se inspira en un himno de la liturgia oriental, de las primeras vísperas del domingo, en octavo tono, de alabanza a la Madre de Dios (llamado Theotokion) y atribuido a San Juan de Damasco que, entre otros elogios, la identifica con el ameno palacio de Dios, ciudad sagrada de tu Creador, almenas y refugio de los fieles, protección, escalera y puente que lleva al Cielo. Algunos de estos calificativos pueden encontrarse en el icono: el palacio-ciudad amurallado (almenas, Sl 122,7) es la Nueva Jerusalén (con el círculo que la cierra), la escalera podría ser la cuesta de la montaña sobre la que reposa Su trono; las bóvedas del templo harían los arcos de un puente.
Este icono representa el Misterio de la Encarnación, y el de Navidad, desde una perspectiva muy original, asociándolo a la plenitud final de la Iglesia, contemplando, a la vez, las Primera y Segunda Venida de Cristo; la Iglesia ha tenido su hora primera en la aceptación que María ha hecho del proyecto divino (Lc 1,38), siendo la puerta de entrada de Dios al Mundo, el Verbo encarnado (Jn 1,14), plásticamente expresado en el Trono y el diseño del útero. También la Iglesia, como Cuerpo Místico de Cristo, queda representada en el Emmanuel, de la primera Venida, y el templo (la Nueva Jerusalén, el santuario de Su cuerpo, Jn 2,21) al que llegan la multitud de Santos y Santas.
Himno, atribuido a San Juan de Damasco (675-749)
Ameno palacio de Dios, alégrate.
Alégrate, paloma racional.
Alégrate sagrada ciudad de tu Creador.
Almenas de los fieles y refugio; y protección de aquellos que esperan en ti, y salvación suya y rescate suyo.
Escalera y puente, alégrate, que llevas al cielo a todos los creyentes.
Bendita por siempre más, alégrate.
Santísima Señora, alégrate.
Éste es el tabernáculo de Dios con los hombres, y desde ahora vivirá con ellos; ellos serán pueblo suyo y el mismo Dios con ellos será su Dios.
Ap 21,3