La Resurreccion, de Bartolomé Bermejo

Bartolomé Bermejo (ca. 1440 - ca. 1501), La Resurrección del Señor, óleo sobre madera de pino, 90 x 69 x 7 cm., c. 1474-1479, Museo Nacional de Arte de Cataluña (Barcelona).

Aquel astro que nunca se pone: Cristo, que, volviendo de entre los muertos, se apareció glorioso a los hombres como el sol en día sereno.

Cristo se ha alzado del sepulcro, de mármol y forma rectangular.  Levanta su pierna derecha, saliendo, y bendice con esa mano. En la izquierda lleva un bastón de metal, como un guerrero victorioso blande su arma, rematado con una cruz dorada, que es su estandarte.  Lleva las heridas de los clavos y costado, y una aureola en forma de cruz. Su cuerpo fulge, y se levanta como el Sol resplandeciente en un mañana nuevo.  Viste tan sólo un sudario transparente A la derecha, un ángel enviado del cielo, de vestido blanco reluciente (Mt. 28:2-3), después de haber retirado la cubierta, se arrodilla, uniendo las manos para venerarlo e indicando así nuestra actitud.

Rodeando el sepulcro están los cuatro soldados armados que lo guardaban. Han caído al suelo y están aturdidos, inútiles sus armas y vencidos. No llevan aureola (porque representan a los enemigos del Señor) y su equipamiento es anacrónico, propio del siglo XV y no de los tiempos del Evangelio: si bien la historia presentada es antigua, los recursos expresivos son los propios de la época del pintor, y no de la romana original.

Desde el fondo, a la izquierda, llegan las tres Marías, llevando aromas para ungir el cuerpo muerto de Cristo, porque ellas no esperan la Resurrección (Lc. 24:1). Hay árboles y, al fondo, las edificaciones de Jerusalén. Es a la salida del sol sobre el cielo rosado, por la izquierda, haciendo ver que empieza una nueva era. Las Marías y la ciudad (el viejo Israel) quedan en segundo término, pertenecen al pasado cancelado por la Resurrección, que pasa al primer plano.

Las historias de la Resurrección en los Evangelios no hacen referencia al hecho preciso, nunca visto, que se produce en la oscuridad de la noche, velado por el misterio. Sin embargo, ha habido un deseo, por parte de muchos, de darle una expresión sensorial, con una iconografía donde se presenta a Cristo, con su cuerpo mortal espléndidamente revivificado, que se levanta y sale de la tumba. Esto se acompaña de una gran conmoción, como un terremoto, que deja la guardia confundida y vencida (Mt. 28:2-4).

También es posible comprender esta figuración de otra manera.

Los Evangelios mencionan la tumba excavada en la roca, cubierta por una piedra que rueda, bien diferente del sepulcro aquí presentado (Mt. 28:2). Ahora, en el huerto hay una caja cuadrangular, que puede entenderse simbólicamente. Su forma es una representación de nuestro Mundo, compuesto, según los Antiguos, por los cuatro elementos (Fuego, Tierra, Aire y Agua), del que Cristo ya ha salido, para acceder a la nueva vida. Así, el espacio del sepulcro toma la configuración de un útero: El ámbito material es el lugar de gestación donde el Resucitado ha estado durante su existencia, saliendo de él al morir para nacer de nuevo, más allá de nuestra realidad. De esta manera, se hace patente la anulación por parte de Cristo resucitado de nuestros parámetros de tiempo y espacio, alcanzando una condición nueva, en el misterio.

Ambas posiciones resultan de destacar diferentes lugares (e ideas) de los relatos evangélicos de la Resurrección. De un lado, la identidad renovada de Cristo se presenta con aspectos donde se destaca la materialidad (come un poco de pescado (Lc. 24: 40-43), muestra sus heridas e invita a un Apóstol a tocarlas (Lc. 21: 36-40, Jn. 20: 26-28). De otro, se hace referencia a experiencias que llevan a una comprensión diferente del misterio, dejando de lado los aspectos concretos: entra con las puertas cerradas (Jn. 20: 19), o se hace presente en la celebración litúrgica (fracción del pan con los de Emaús, Lc. 24: 13-35).

El sepulcro de caja o sarcófago (dejando de lado la cueva tallada en la roca del texto) tiene carácter catequético, permitiendo presentar al mismo tiempo dos lecciones diferentes y complementarias sobre el misterio de la Resurrección. En ambas la tumba queda vacía.

 

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La Puerta de la Casa Milá, de Gaudi