La Diestra del Señor, en Sant Climent de Taüll
La Mano Derecha del Señor (Dextera Domini), antes en el arco que enmarca y precede el ábside del templo de Sant Climent, en Taüll (Alto Ribagorza, Lérida), temple sobre muro, aprox. 0,40 X 0,40 m., 1123, MNAC, Barcelona.
La Derecha del Señor salva
La Mano Derecha del Señor corona la parte más alta del arco del templo, completándolo, como piedra clave; el arco es la imagen del cielo por su curvatura, el lugar de Dios, expresando la órbita del sol y de los astros como se creía tradicionalmente que se movían, en un giro circular diario.
La mano diestra destaca sobre un fondo circular blanco, saliendo de su ámbito acercándose al que mira; extiende pulgar, índice y corazón, flexionando los otros dos dedos, muy estilizado el conjunto; en un gesto sereno sale de la bocamanga, que hace, con la mano, como un compás abierto.
El círculo blanco se enmarca dentro de otros cuatro concéntricos, uno primero con una hilada de perlas relucientes, al que le sigue el rojo, luego hay uno azul, para acabar con el anaranjado.
La iglesia, posiblemente monástica, tiene una ventana estrecha y alargada abierta al Este, en el ábside, por la que entra la primera luz del día, el Sol de la Salvación (de la Resurrección), y otra en el muro de la fachada, redonda, dando al Oeste, que ilumina el último Sol, el de Justicia (del Juicio Final). La Mano del Señor se sitúa a medio camino de ese eje, un semicírculo que muestra la carrera solar: va de la mañana, apuntando el Sol desde Oriente, cuando los monjes rezaban los Maitines, a la tarde, cuando baja hasta la puesta, en el Occidente, y llega la noche, a la hora de las vísperas; la Mano está en el punto que corresponde al Mediodía, cuando resplandece con toda su fuerza, momento que también tendría su plegaria.
La imagen es una parte del conjunto de las pinturas del templo, de contexto apocalíptico y pascual. A la obertura del cielo que había dejado ver al Pantocrátor (en el ábside, Vi (…) una puerta abierta en el cielo, Ap. 4.1) y toda la acción divina, corresponde ahora, al término de la revelación, una nueva obertura: ahora es el mismo Dios quien viene para estar con Su pueblo, en la Nueva Jerusalén (Vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido, Ap. 21, 2-3); por Cristo se nos abre un camino nuevo y vivo que pasa a través (…) de su propio cuerpo. (He 10,19-20), que es la Iglesia, aquí expresada en el edificio del templo, conteniendo la pintura y acogiendo a los fieles.
La forma circular del marco expresa la identidad divina: es como el Sol, el astro rey; es perfecta y dinámica (girando), puesto que puede moverse sobre su eje inmóvil, por lo que es, además, estable. En el marco, que destaca la mano, puede observarse que la hilada de perlas se refiere a las cosas más preciosas (Parábola de la Perla, Mt. 13, 45-46), y representarían las puertas de la Nueva Jerusalén, cada una hecha de una sola perla (Ap. 21,21); los colores azul y grana son los que Yahvé se reserva para Sí mismo en el Éxodo(por ejemplo, 26,1) y los de la redención, puesto que del costado de Cristo muerto en la cruz manó sangre (rojo) y agua (azul) (Jn 19,34); el círculo más externo, de un encarnado vivo, pudiera evocar la idea del fuego y su calor, uniéndose así al fulgor de la luz blanca.
La piedra clave, como la mano, es hermosa (¡Qué hermosa es!), con su trazo tan bello (Za 4, 7), antes rechazada (Jesús les dijo: ¿No habéis leído nunca aquello de la Escritura? La piedra que desecharon los constructores es ahora la piedra angular: Esa la ha puesto el Señor: ¡Qué maravilla para nosotros!, Sl. 118,22 en Mt 21,42).
La Mano manifiesta la acción definitiva de Dios al término de la Historia (La diestra del Señor es poderosa, Sl. 118,6); mano y brazo hacen la figura del compás del arquitecto indicando la renovación del mundo, viniendo hacia nosotros y dejando atrás su ámbito exclusivo: La Nueva Jerusalén es el tabernáculo en el que Dios se encontrará con los hombres. Vivirá con ellos, ellos serán su pueblo y su Dios será Dios-que-está con ellos (Ap. 21,3), es la culminación de la carrera del Emmanuel (Is. 7,14, Mt. 1,23), en su segunda venida.
La Mano es lámpara ya que aquella ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna para que la alumbren, pues el esplendor de Dios la ilumina (Ap. 21,23); está acompañada del Cordero, en el arco inmediato, porque el Cordero es su lámpara, para completar la manifestación luminosa; retoma Isaías: No se pondrá más tu sol ni menguará tu luna, porque Dios te servirá de luz eterna (60, 20).
El cielo se ha abierto definitivamente a los ojos humanos, como lo estaría antes del Pecado Original, cuando hubo intimidad entre Dios y los Humanos, en el Paraíso; ya lo había hecho, por un momento, en el Bautismo de Cristo (por ejemplo Mc, 1,10), o también para Esteban (Hch. 7,56) o para ver a Cristo con Dios en los cielos (He. 1,3). Por otra parte la obertura, por ejemplo en la Ascensión (Hch. 1,9), era sobre Jerusalén; ahora, en nuestra imagen, la Nueva Jerusalén, la Iglesia, baja del cielo (Ap. 21) sobre la asamblea de fieles reunida en el templo de Taüll.
Así, Cordero y Mano, en sus marcos circulares, expresan la condición divina, y su luz definitiva, por dos veces, para darle énfasis, en un lugar muy destacado del templo: es la irrupción del eskhaton, lo definitivo.