Presentación en el Templo a la manera obscura, de Rembrandt
Rembrandt, Presentación en el Templo de manera oscura, c. 1654, 21 X 16,2 cms., grabado y punta seca, tinta sobre papel, diferentes impresiones y localizaciones.
Mis ojos han visto la salvacion
Y cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos, conforme a la ley de Moisés, le trajeron a Jerusalén para presentarle al Señor (como está escrito en la ley del Señor: Todo varón que abriere la matriz será llamado santo al Señor), y para ofrecer conforme a lo que se dice en la ley del Señor: Un par de tórtolas, o dos palominos. Y he aquí había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, y este hombre, justo y piadoso, esperaba la consolación de Israel; y el Espíritu Santo estaba sobre él. Y le había sido revelado por el Espíritu Santo, que no vería la muerte antes que viese al Ungido del Señor. Y movido por el Espíritu, vino al templo. Y cuando los padres del niño Jesús lo trajeron al templo, para hacer por él conforme al rito de la ley, él le tomó en sus brazos, y bendijo a Dios, diciendo: Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz, conforme a tu palabra; porque han visto mis ojos tu salvación, La cual has preparado en presencia de todos los pueblos; luz para revelación a los gentiles, y gloria de tu pueblo Israel. Y José y su madre estaban maravillados de todo lo que se decía de él. Y los bendijo Simeón, y dijo a su madre María: He aquí, éste está puesto para caída y para levantamiento de muchos en Israel, y para señal que será contradicha (y una espada traspasará tu misma alma), para que sean revelados los pensamientos de muchos corazones.
Estaba también allí Ana, profetisa, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, de edad muy avanzada, pues había vivido con su marido siete años desde su virginidad, y era viuda hacía ochenta y cuatro años; y no se apartaba del templo, sirviendo de noche y de día con ayunos y oraciones. Esta, presentándose en la misma hora, daba gracias a Dios, y hablaba del niño a todos los que esperaban la redención en Jerusalén.
Lc. 2: 22-38.
Este grabado es el primero de una serie de cuatro referentes a la muerte y resurrección de Cristo, y aquí será considerado como imagen independiente. Rembrandt trató el asunto de la Presentación al Templo muchas veces, en pinturas, grabados y dibujos.
La Presentación forma parte del Evangelio de la Infancia, siendo un Misterio que se deja casi siempre de lado en Arte, prefiriéndose la Natividad, la Adoración de los Pastores o la Epifanía.
Simeón, de rodillas, tiene al Niño Jesús en los brazos y lo reconoce como Mesías; está sobre una almohada, descalzo, viéndose en primer término su babucha, de punta bien definida y curvada. Simeón tiene los ojos cerrados, y habla profetizando; su cabeza irradia luz, como la del Niño, que tiene la cara en la sombra.
Al fondo, en una ventana, junto al margen derecho está Ana, la profetisa que también ha reconocido al Mesías. Detrás de Simeón, a la izquierda, están los padres, arrodillados: María destaca algo, estando José en la sombra detrás. Estos personajes son los del relato del Evangelista Lucas.
La acción es en el Templo de Jerusalén, adonde han llevado el Niño para presentarlo a Dios, y pagar su rescate, por ser varón y primogénito, al inicio de su Encarnación (Nm. 18:15); a la vez, cumplir estrictamente con el rito de purificación de la madre (Lv. 12:6). Es un lugar oscuro (1R. 8:12), con columnas, arcos y dinteles, mostrando sus piedras magníficas (Lc. 21:5) con variedad de recursos arquitectónicos. A la izquierda, asomándose a un balcón al fondo, hay una figura que mira, y que nos representa.
Hay otros dos modelos que no son del Evangelio. Están sobre un estrado con una alfombra, de flecos colgantes. Frente a Simeón está el Maestro de la Ley, sentado, envuelto en una capa suntuosa, con turbante; sujeta el Libro de la Ley y los Profetas con la derecha, y se lleva la izquierda al corazón; su libro no es un rollo, que los Judíos usan, sino un códice. En la parte más central, de pie y destacando dramáticamente, está el Sumo Sacerdote revestido con los ornamentos que la Ley establece para celebrar el culto, con un gran turbante, capa y llevando un bastón (Ex. 28: 1-39). Todos atienden lo que dice Simeón, en la celebración del rito de la Presentación.
En su comprensión de la Presentación al Templo, habiendo figurado el pasaje del evangelio, Rembrandt destaca además dos elementos especialmente, el contraste entre luz y oscuridad, al que se refiere varias veces este Evangelio de la Infancia de Lucas (1:79), y la recepción que las autoridades del Templo hacen de Jesús. Aquí, la acción se da en un interior oscuro, siendo muy importante la luz que irradian Simeón y el Niño, subrayando aquella parte del texto que califica a Jesús luz para revelación a los gentiles.
Por otra parte, el contraste también se da entre la riqueza de los vestidos del Maestro de la Ley y del Sacerdote, y los muy simples de Simeón y los padres. Además, la entrada de Jesús infante (que no habla), sin ningún poder, llegando a su Templo después de encarnarse, contrasta mucho con aquella entrada de Yahveh al dedicarse el Templo de Jerusalén (2 Cro. 5:14; 1R 8:10-13, Sl. 24:7), en tremenda majestad, llenando de su gloria el Santo de los Santos, en tiempos de Salomón; también, ahora y aquí hay alguien que es más grande que Salomón (Lc.11:31).
La contraposición aún se hará presente cuando Jesucristo, al término de su vida, será de nuevo presentado al pueblo esta vez por parte de Pilatos, en la forma del Ecce Homo (Jn. 19:5), siendo rechazado, lo que conllevará su muerte; este asunto también fue tratado por Rembrandt en otro grabado.
Pero aquí Maestro de la Ley y Sacerdote están positivamente pendientes del Niño, y nada deja entrever la oposición irreductible que se dará entre el Templo y Jesucristo, y la fundación de la Iglesia, escindida del Templo.
Además, la imagen expresa el espíritu de su tiempo: el claroscuro le es propio, destacando un foco y dejando en la penumbra el resto. Aquí, las partes oscuras no son irrelevantes y cada rincón del grabado está tratado de forma detallada, creando un interior muy cálido, y lleno de contenido, que atrae nuestra atención. Al mismo tiempo, el dramatismo de la imagen y el minucioso exotismo de las vestiduras es plenamente barroco, y muy del gusto de Rembrandt. Y hasta aquí, la iconografía tradicional para la Presentación.
La recepción por parte de las autoridades del Templo, puede reflejar una corriente religiosa ecuménica que se dio en Holanda en la época de Rembrandt, considerando posible la integración del Judaísmo con algunas partes del Cristianismo reformado (filosemitismo);[1] Rembrandt tenía relación con este movimiento, llegando incluso a hacer grabados para ilustrar un libro en castellano (Piedra Gloriosa, 1655) del Rabino sefardita Menasseh ben Israel, que formaba parte de esos círculos, al margen de las grandes Iglesias. Otra de sus figuras principales, Paul Felgenhauer, en un libro (Bonum Nuncium Israeli, 1655) dirigido a los Judíos, decía que Nosotros no vivimos según la letra, sino según el Espíritu, y puesto que la letra es una tapadera para el espíritu, nosotros recogemos esa tapadera, haciendo posible la visión de éste, de tal manera que podemos mirar el Niño nacido del Espíritu, sin tapadera. Al respecto, hay que notar un objeto muy próximo al cuerpo del Sacerdote que puede estar en relación con esa afirmación. En efecto, éste con su mano derecha parece hacer girar algo cilíndrico, como un rollo estrecho, en equilibrio incomprensible; hay como una venda que llega hasta esa mano, desde el libro del Maestro, que sería esa tapadera, la letra de la Ley que impide ver el Espíritu, y que el Sacerdote está recogiendo, enrollándola.
Por el grabado de Rembrandt, el Evangelio pudiera ser finalmente acogido por la Sinagoga, en la Holanda de siglo XVII. Así se interpretaría la doctrina integradora de San Pablo, cuando dice que la Iglesia participa de la raíz y de la savia del olivo del Viejo Israel, pudiendo las ramas de éste volver a injertarse a su propio árbol (Rm. 11:24), uniéndose a la Cristiandad, en un horizonte escatológico.
[1] Zell, M., “Encountering Difference: Rembrandt’s Presentation in the Dark Manner”, Art History, Vol. 23, No. 4, Nov. 2000, 496-521.