Juan XXIII, en la Prisión Regina Coeli, en la Navidad de 1958

Juan XXIII en la Prisión “Regina Coeli”, de Roma, el 26 de diciembre de 1958.

Me visitáisteis, cuando estuve en la prisión

El día de Navidad de 1958 Juan XXIII visitó a los enfermos (por la mañana fue a dos hospitales, recibiendo por la tarde a dos grupos de niños inválidos y huérfanos), y el día siguiente, muy temprano, a los presos; aquí está con ellos. Es una instantánea de los periódicos, moderna, muy diferente de las imágenes artísticas tradicionales, meditadas, muy estructuradas y llenas de símbolos que usamos para felicitar la Navidad.

Por una parte, el Papa es fiel a la costumbre del reencuentro familiar por Navidad, la fiesta que expresa la alegría por el nacimiento del Mesías, uniéndose a los internos en la fiesta, separados de sus familias. A la vez, como vicario de Cristo, visita presos y enfermos, actualizando lo que Jesús dice en el Evangelio de sí mismo, cumpliendo la profecía de Isaías: El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos; (…) a poner en libertad a los oprimidos; a predicar el año de gracia del Señor. (Lc. 4, 18-19, tomado de Isaías, 61,1-2). También, como cabeza de la Iglesia visible, se une a sus miembros separados del cuerpo social, lejos de casa (internados en las instituciones: hospital, orfanato o prisión). El Papa Juan cumple así lo que enseña el Evangelio:

 Estuve enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí; (…) Señor, ¿cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, y vinimos a ti? Y respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis (Mt. 25, 34-40).

El Papa Juan conoce la historia de la Navidad, tal como se lee en el Evangelio, y en sus diferentes expresiones, sean litúrgicas, artísticas o literarias; y la convierte en experiencia concreta, llevando la alegría de la salvación a los afligidos que tiene más cerca.

Aquí, los hermosos colores y las cálidas creaciones artísticas navideñas dejan paso a las infames e impersonales rayas de los uniformes de los presos; así, incluso en el lugar de la exclusión, el Papa hace muy evidente la alegría de la Navidad, patente en la actitud de todos los presentes, que se sienten acompañados.

Desde el centro de la cárcel, que primero recorrió saludando a los internos, Juan XXIII les habló; se había previsto un trono que no quiso y se puso una silla de brazos. Se dirigió a los presos llamándolos queridos hermanos y estimados hijos, no hizo servir el Nos (plural mayestático de papas y reyes) sino el yo. Les habló como uno que conoce la prisión desde dentro, de tu a tu, porque un familiar suyo estuvo encerrado y él lo había visitado; habló de las justicias humana y divina, y también de los errores. Añadió que quería marcar con una obra de misericordia aquella primera Navidad como Papa. Después los bendijo; y dijo a los presos que se acordaría siempre de la visita. Todavía, alargándose tanto como pudo en la expresión de su afecto, como el Buen Pastor,  añadió que, cuando escribieran a sus familias, les dijeran que había ido a verlos, que los tenía presentes, a ellos y a sus familiares, y rezaría por las intenciones particulares de cada uno y de sus más cercanos. Juan XXIII se mostró, en todo momento, muy contento de haber ido a la cárcel, y varias veces durante la visita se conmovió, notándose en su voz y actitud.

Aquella Navidad fue la primera que se vio la misa de Nochebuena del papa por la televisión (antes sólo se había transmitido por radio), y las fotografías, en las que nadie se ve triste, y crónicas de las visitas a los hospitales y a la prisión, dieron la vuelta al mundo, y fueron primera plana en muchos diarios. El Papa Juan entendió las necesidades de la época, aprovechando los medios modernos de comunicación de masas con su estilo nuevo, haciendo que, en todo el Mundo, la gran noticia de aquel día fuera la Buena Nueva del Evangelio.

 

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Virgen con el Niño, de Henri Matisse, Capilla Matisse (Vence)